Edgar Morisoli
Hablo de libros que se hicieron humo,
a María Elena y Alejandro,
amigos de los libros.
ceniza, ausencia. Esto ocurrió en la Historia
muchas veces. En China y en Egipto,
en Francia o en España, en toda Europa,
en nuestro continente desde hace cinco siglos,
y especialmente en las infortunadas
ex-Provincias Unidas de América del Sur.
Lo ordenaron tiranos, califas, generales,
emperadores, sacerdotes
de todo credo y toda intolerancia,
oscuros «procesistas» procesados,
el Santo Oficio con su Index,
los guardianes del Orden y la Ley del Embudo,
sórdida envidia, delación, censores
de muchas menas, bárbaros cruzados
de cualquier fanatismo,
mesiánicos al uso y al abuso,
y esas mentes blindadas en las que no penetra
ni surge alguna idea ni por broma.
Libros quemados. Libros enterrados
para que no los quemen. Escondidos
en buhardillas o sótanos,
errantes, peregrinos
de posta en posta de la resistencia,
y al fin también perdidos.
Libros ardidos, seguirán ardiendo.
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